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En un momento de enajenación (que creí lucidez) definí Lisboa como “una mezcla de Notting Hill y Vallecas”. Se lo dije a Lois caminando por las cuestas-fashion de ese “Chueca en el Bronx” que es, o lo parece, la Alfama. Una vez más, erré. Me quedé en la superficie, como tantas veces me pasa. Repasando las fotos de Lisboa (he hecho 152) me he dado cuenta de que Lisboa es una ciudad muy interesante. No es monumental (como bien ha definido mi jefa a París), no es deslumbrante como Nueva York, no es preciosa... pero es un viaje recomendable. Lisboa es una ciudad curiosa, intrigante y con personalidad. Ésta es la entrada número 100 de mi blog, que tenía muy abandonado últimamente. Voy a hablar de Lisboa.

El viaje en Vueling fue impecable. Tanto la ida como la vuelta. Son puntuales como relojes suizos, te revisan la documentación a la velocidad de la luz, te ponen capítulos de Friends en el vuelo, te regalan la Cinemanía y la Rolling Stone y rematan con un caramelito. Amigos, viajad con Vueling. Además, tienen una revista “cool-fashion” llamada “Ling” cuyo número dos me ha gustado bastante, tanto en contenido como en diseño. Busco el número uno: amigos viajeros, cededme el number one de dicha revista. Y el precio, espectacular. Bate claramente a Ryanair. Al menos, esta es mi experiencia.

Nuestro gran temor antes de poner los piececillos en Lisboa era la lluvia y este tiempo tan ajetreado. Si consultabas Yahoo te decían que iba a diluviar, pero en Terra decían que soleado y con pajarillos cantando... Acertó Yahoo. Diluvió mucho y muchas veces durante los tres días, con especial saña el tercero, cuando estábamos en Sintra recorriendo el Palacio de Pena (con unos churretones –el diccionario dice que existe “churrete” pero no churretón- que daba mieditorrrl verlos). Al llegar, afortunadamente, hacía un sol que daba gusto verlo. Eran las 9 y pico del lunes y teníamos tres días enteros para recorrer “la ciudad de la luz”. Nuestra planificación fue pésima: los lunes cierran todos los monumentos y museos, el martes era fiesta y cerraban hasta los cielos... y el miércoles era el único día que abrían lo que nos interesaba de Sintra. Para rematar, nuestro excesivamente moreno recepcionista del hotel Dom Manuel I (al que cariñosamente apodamos “Don Manuel Ruiz de Lopera”, al hotel, no al recepcionista) nos dijo que estaba “seguro” de que el martes abrían todos los museos y monumentos. Como la señora de la oficina de turismo del aeropuerto nos dijo lo contrario, quisimos asegurarnos. “¿Pero está seguro?”. Él: “Absolutamente”. Cabrón.

La habitación del hotel era muy mona y muy amartelada. Vamos, lo básico, pero con un baño completito y muchos canales en la tele. A mí con perchas en el armario ya me ganan, porque me estado en cada pensión que... Además, el día dos nos pusieron frutitas y agua así, by the face. ¿Fruta gratis? You got me.

Centrémonos ya en Lisboa: es muy curiosa, un viaje en el que descubres cosas que no te dejan boquiabierto pero que no puedes dejar de inmortalizar con tu cámara (yo opté en repetidas ocaciones por el ángulo “Loida haciendo foto a Monumento X” para tener dos monumentos en uno en mis fotos, you know what I mean). Me gustó mucho la Baixa o Barrio Bajo, que está como en un llano entre las colinas que son la Alfama y el Barrio Alto. La Baixa es como el “Downtown” de la ciudad, cierto cosmopolitismo y mucho monumento más o menos chulo. La avenida Marqués de Pombal todo para abajo hasta llegar a la Plaza del Comercio es un bonito paseo. Los elevadores son muy curiosos, te suben hasta una de las dos colinas si te quieres evitar el paseíto. Usamos el Elevador de Santa Justa para obtener unas magníficas vistas de Lisboa.

Belem es muy bonito, es el cuarto barrio de Lisboa, el más alejado de todos. Vimos muchos sitios guays allí, el Monumento a los descubridores, la Torre de Belem (donde la fotógrafa de parejas se ofreció a una nueva pareja, ella dice que se lo pidieron ellos, pero no puedo asegurarlo), el Monasterio de los Jerónimos (la Iglesia en sí estaba abierta) y, por supuesto, la Pastelería Belem, donde tomamos los obligatorios pastelillos. Es la cafetería más grande del mundo, jamás ví tantos salones.
El Castillo de San Jorge es otro éxito, muy bello y amartelado. Lo malo es que empezó a caer una buena y nos refugiamos en las tiendas de regalos cercanos. Somos muy de regalar (bueno, más Lois, que se dejó una pasta). El Castillo, o lo que queda de él (o lo que estaba abierto, better said), es bello y ofrecía bellas vistas. Lisboa ofrece bellos horizontes casi desde cualquier sitio.

Y Sintra... es un pueblo muy bonito, ciertamente. Aunque hizo el peor tiempo de la historia. O casi. Ya retomaré esto en un futuro, cuando encuentre más tiempo o cosas olvidadas. Resumiendo antes de incluir un par de apartados finales: ciudad curiosa, muy bonita a veces, nada bonita otras, recorrible en dos días intensos. Un viaje que quise hacer en el pasado y que debí cancelar perdiendo todo el dinero; ahora lo he hecho con la mejor compañía imaginable.

Detalles: En McDonald´s Lisboa venden McSopas y unas hamburguesas exactamente iguales a las nuestras. Eso sí, eché en falta las patatas deluxe. The Palmer comparte mi amor por las patatas deluxe. Los portugueses son amables y simpáticos. Además, su acento es entrañable. Amémoslos. Reunificación ya. Portuspaña. Los restaurantes son baratos, y todas las tiendas en general lo son. Me encantaron los tranvías, jamás había montado en uno. Son divertidos. Lo son. Vimos una tienda Adidas super fashion super Chueca. No vimos ni escuchamos un solo fado, y eso que los dos queríamos vivir el espectáculo antes de ir. El metro de Lisboa mola, con tan pocas líneas, los transbordos duran unos 20 segundos, quizá menos. Un éxito. En los desayunos teníamos buffet libre en el Ruiz de Lopera, y arrasamos. Como dijo Joey “ahora es cuando empiezo a recuperar mi dinero”. Cereales, zumo, cola cao, fiambre, galletas y bollos como para echarnos luego la siesta (no lo hicimos). La comida en restaurantes no me gustó demasiado, el bacalao con huevo, patatas y cebolla estaba... muy normal. Y muy aceitoso. Mejor los bollos y los cafés. Muy rica y barata la pizzaca que me metí entre pecho y espalda la última noche.

Los bollos y los cafeses: Absolutamente deliciosos los bollos y los cafés lisboetas. Ésta gente es muy del café y del bollo. Eso es positivo. Jamás probé un capuccino más rico que el que probé en no sé qué café de una de sus plazas (diría el nombre de la plaza y el del barrio, pero mi memoria apesta y le he dejado mi guía de El País-Aguilar a Lois para que le ponga nombre y localización a sus fotos, así que...). Lo curioso de sus bollos es que son raros e inidentificables. No responden a ningún modelo o forma conocida, así que en cierto modo cada bollo es una moneda al aire. A mí me salió mal al primer intento, me pedí una cosa parecida a los célebres pasteles de Belem pero más grande... resultó ser una tortilla francesa con azúcar por encima que casi me dio arcadas. Observé posteriormente un afecto desmedido del lisboeta por las tortillas francesas, omelettes o huevos revueltos. Vaya mi más sonoro “¡puaj!” desde aquí.